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sábado, 16 de mayo de 2009

OBRA MISIONAL PONTIFICIA DE SAN PEDRO APÓSTOL

Semblanza:

Hace poco más de un siglo -en 1889-, Juana Bigard ponía en marcha una revolucionaria iniciativa que habría de cambiar el tradicional rostro de la Iglesia: LA OBRA DE SAN PEDRO APÓSTOL PARA LA PROMOCIÓN DEL CLERO NATIVO EN LAS IGLESIAS JÓVENES.


Gracias al admirable empeño de aquélla militante seglar, los perfiles de la Iglesia en el Tercer Mundo presentan hoy unos rasgos mucho más encarnados en la cultura y en la realidad de esos pueblos, y las Iglesias Jóvenes hacen gala de una vitalidad y un dinamismo ejemplares. La pujanza y el florecimiento de las vocaciones sacerdotales es extraordinaria: más de 80,000 jóvenes del Tercer Mundo aspiran actualmente al sacerdocio y a la vida religiosa.


No es de extrañar, ante semejante realidad, que la Carta Apostólica "En este tiempo. . .", escrita por Juan Pablo II con motivo del centenario de la Obra, sea una sucesión de rotundas y cordiales afirmaciones sobre la fecundidad de la misma.


" Es justo -dice el Papa- que todo el Pueblo de Dios celebre con alegría y gratitud el centenario de la fundación de la Obra de San Pedro Apóstol en favor del Clero Nativo y de la promoción de seminarios en las Iglesias locales de los territorios de misión.


Por haber podido contar con la colaboración -promovida por dicha Obra- de innumerables hermanos y hermanas, muchísimas semillas de vocación en las Iglesias Jóvenes han podido germinar y producir frutos de gracias y salvación. Se han construido y equipado seminarios menores y mayores, y se han creado casas de formación a la vida religiosa para dar respuesta a los deseos de cuantos -ellos y ellas- aspiraban a consagrar radicalmente su existencia a la proclamación del Evangelio.


¡Cuántas hermosas páginas de la historia de la Iglesia en los distintos continentes han sido escritas por los comprometidos con la Obra de San Pedro Apóstol! ¡Cuántos sacerdotes y religiosos han podido tener la alegría de realizar su vocación gracias a esta Obra!
Desde hace un siglo, la Obra ha trabajado eficazmente para que todas las Iglesias locales pudieran contar con el oficio del ministerio de los que, hijos suyos, Dios llamaba al sacerdocio. Con su apoyo espiritual y material a los pioneros del Clero Nativo, la Obra -en la que han participado muchos fieles- ha desempeñado un cometido de primerísima importancia".


Reseña Histórica:
El expansionismo colonial de los últimos siglos creaba en toda Europa un complejo de superioridad cultural, técnica e industrial que, a la larga o a la corta, encubriría y encumbraría un complejo de superioridad racial.


Los misioneros eran hijos de esta Europa orgullosa de su esplendor y de sus conquistas. Sacrificados y hasta heroicos por mil y mil conceptos, muchos de ellos se habían dejado ganar, inconscientemente, por este complejo de superioridad y hablaban de los pueblos que evangelizaban como conformados por "pobrecitos salvajes".


Esta aberrante "educación en el menosprecio" de las culturas y religiones de Asia, África y Oceanía, se dejaba sentir en las filas de los católicos "piadosos" y en el apostolado de los misioneros. Para la "piedad" de la época , romántica y sensiblera, era inconcebible que "la sublime dignidad del sacerdocio" pudiera ser conferida a aquellos pobres salvajes de las misiones.
No era éste, sin embargo, el criterio de los Papas sobre la grave responsabilidad de abrir seminarios en las misiones. Basten, como botón de muestra, las afirmaciones de algunos de ellos. "Más quiero la ordenación de un sacerdote indígena, que la conversión de 50,000 infieles", había confesado Inocencio XI.


Pío VI expresó claramente su pensamiento en una carta dirigida a los Vicarios Apostólicos del Extremo Oriente: "Considerad el establecimiento de los seminarios como vuestro primer deber, el más noble y más digno objeto de vuestros afanes".


León XIII mandó grabar en la medalla conmemorativa de la inauguración del seminario pontificio de Kandy (Ceilán): "Tus hijos, Oh, India, serán los ministros de tu salvación".
Y Benedicto XV tiene que expresar esta tristísima constatación: "Es doloroso que haya regiones a las que, desde hace siglos, ha sido llevada la fe católica, pero en las que no se encuentra un clero nativo preparado".


Estos reiterados llamamientos, empero, caían en el vacío o -lo que es peor- encontraban en muchos "piadosos" una sorda resistencia. Además, los políticos e industriales de ese tiempo veían con muy malos ojos la promoción en las colonias de todo tipo de liderazgo, incluido el religioso. La formación de sacerdotes y de obispos nativos, de congregaciones de religiosos y de religiosas autóctonas, les parecía un peligro para el inmediato o lejano futuro.


Bien que negativos, estos eran "los signos de los tiempos". Pero Dios no permanecía neutral ante ellos. Muchos eran los valores que entraban en juego, a comenzar por el de la igualdad fundamental de todos los hombres y por el igual derecho y dignidad de todos los bautizados en la comunidad de la Iglesia. Su espíritu se encargaría de suscitar un profeta, una mujer seglar -Juana Bigard- que, a una con su madre, afronta este grave problema del sacerdocio y del episcopado en los territorios de misión". Escucharon el llamamiento de Dios -dice Juan Pablo II- y consagraran todos sus bienes, todas las energías, su vida toda, a la propagación del Evangelio por medio de la formación de sacerdotes y de hombres y mujeres consagrados a la vida religiosa. Supieron forjar con entusiasmo y tenacidad un instrumento válido para la realización de este noble cometido".


Interesada ya por el mundo de las misiones, se comunica con el P. Villion, célebre misionero del Japón y, a través de éste, entra en relación con Monseñor Cousin, a la sazón Obispo de Nagasaki, cuya comunidad cristiana era, paradójicamente, muy nueva y muy antigua, Nueva, porque el Obispo acababa de reunirla; antigua porque su origen se remontaba a doscientos cincuenta años atrás: cristianos descendientes del puñado de familias que, al desatarse la oleada de persecuciones contra la fe, habían optado por huir a las montañas, decididos a salvar la presencia de la Iglesia en su patria.


Alimentando como podían su fe -de padres a hijos y de éstos a los nietos de sus padres-, se habían mantenido fieles durante dos siglos y medio. Ahora reconocido por el Gobierno el derecho a la libertad religiosa, un Obispo les reunía, les enseñaba el catecismo les administraba los sacramentos. Todos, menos uno: el del sacerdocio; y se decide a levantar un seminario, una modesta vivienda y unas aulas para la docencia, que constituía el "corazón de su diócesis" y la garantía de supervivencia sí, por desgracia, volvían a desatarse las persecuciones.


Ante el problema surgido el día de su inauguración se encontró con 50 muchachos a su puerta, Monseñor Cousin escribió una carta a Juana suplicándole su ayuda para sacar adelante la formación de estos futuros sacerdotes. No sólo eso; al mismo tiempo le hacía compartir su dolor por haber tenido que sacrificar muchos otros espontáneos y generosos ofrecimientos juveniles.


El alma reflexiva de Juana, acostumbrada a elevarse hacia las grandes perspectivas de la universalidad, pronto ve en el seminario de Nagasaki el problema de todos los seminarios que existían o podían existir, con el tiempo, en tierras de misiones. Inmediatamente pone su firme voluntad, su espíritu organizativo y su celo ardiente al servicio de este ideal, y mendiga entre conocidos y amigos ayuda para un seminarista japonés, pero sin pretender limitar sus aspiraciones a un sólo seminario, ni siquiera a un sólo país; su ambición va más allá, es universal : "Las palabras del Obispo de Nagasaki las cree escritas para ella por todos los obispos misioneros" (Goiburu, "Animación Misionera", pág. 207).


Obligada a llevar la dirección central de la Obra fuera de Francia por los obstáculos que el ministerio del interior ponía a su reconocimiento civil, la establece en 1902 en Friburgo de Suiza en la casa de las Franciscanas Misioneras de María, en manos de cuyo fundador -el P. Rafael D'Aurillac- se continúo la ardua labor iniciada, consolidada y propagada por esta militante apasionada de la Iglesia.


El 3 de mayo de 1922, Pío XI elevó a Pontifica esta "Obra Misional de San Pedro Apóstol en favor del Clero Nativo de las misiones", trasladó a la Santa Sede su dirección central y, tres años más tarde, nombró a Santa Teresa del Niño Jesús su patrona celestial.



Juana Bigard,Fundadora de la "Obra de San Pedro Apóstol":Juana Bigard, nacida en la católica Normandía (Francia) el 2 de diciembre de 1859, a los 23 años hizo promesa de amor y fidelidad a Jesucristo, entregándole su vida y su futuro; unos años más tarde, con su madre Estefanía, sería la fundadora de la "Obra de San Pedro Apóstol" en favor del Clero nativo.


Esta importante iniciativa misionera nació de una pequeña semilla: Juana y Estefanía trabaron amistad con un grupo de damas y caballeros que preparaban y enviaban ornamentos sagrados a misioneros que los necesitaban. Uno de ellos, el P. Villion, misionero en tierras de Japón, le presentó a Monseñor Cousin, Obispo de Nagasaki.


En una carta, el Obispo sugirió a las dos damas: "...se podrían encontrar gran número de buenos cristianos que no negarían su ayuda a nuestra obra del Clero Indígena.


En 1889 Juana y Estefanía fundaban modestamente la Obra para la formación del Clero indígena que fue creciendo, no sin dificultades y cruces dolorosas, hasta que Pío XI, en 1922, la elevaba a la categoría de Obra Misional Pontificia.


Por las muchas contrariedades que hubo de soportar en sus trabajos y desvelos en favor del Clero Nativo, Juana tuvo que expatriarse de su tierra natal, y como resultado de tan heroica generosidad, su naturaleza enfermó gravemente y pasó los últimos 25 años de su vida en una clínica psiquiátrica, donde murió.


Pudo escribir con verdad: "Dios me hace pagar caro el honor de ser la madre de sus sacerdotes. Esos queridos seminaristas no sabrán nunca cuánto me cuestan".


El espíritu de esta Obra se refleja en esta frase del Papa Inocencio XI, que Juana repetía con frecuencia: "Más quiero la ordenación de un sacerdote indígena que la conversión de 50,000 infieles".


Identidad y Objetivos:

"La Obra fue fundada para sensibilizar al pueblo cristiano acerca del problema de la formación del clero local en las Iglesias de misión y para invitarlo a colaborar espiritual y materialmente a la formación de los candidatos al sacerdocio.


Los fondos obtenidos con la fundación de becas de estudio, el pago de pensiones, las cuotas y otros donativos, han hecho posibles la erección y el desarrollo de numerosos seminarios diocesanos mayores y menores. De esta forma, la Obra ha contribuido ampliamente al desarrollo del clero local y continúa desempeñando un papel muy importante.


En los últimos tiempos, la Obra ha ampliado progresivamente sus objetivos al conceder también una ayuda para la formación de los candidatos y candidatas a la vida religiosa" (Est. Cap. 11, art. 11, 15, 16).


La sensibilización, por tanto, del Pueblo de Dios sobre la urgente necesidad de sacerdotes, religiosos y religiosas en las Iglesias Jóvenes y la ayuda espiritual y material a su formación son los objetivos específicos de esta Obra en el conjunto de las cuatro Obras Misionales Pontificias. No obstante la claridad de los mismos, es necesario resaltar las dimensiones que, en "la intuición certera" -en frase de Juan Pablo II- de su fundadora, iban incluídas, ya que, como expone el Papa en su carta Apostólica con motivo del centenario de esta Obra, "falta mucho camino por recorrer hasta conseguir que todas las diócesis dispongan de número suficiente de sacerdotes autóctonos".


Y todo ello, desde la firme convicción de que "merced a su ministerio -dice el Papa-, toda la comunidad se cohesiona sobre la base de su participación en el sacrificio redentor de la Eucaristía, recibe en el sacramento de la penitencia los dones misericordiosos del perdón y de la reconciliación, y la asamblea de los fieles es conducida por los dispensadores de los misterios de Dios, unidos a los obispos, en comunión con el sucesor de Pedro".


Información - Formación: Fue una de las grandes inquietudes de Juana Bigard el crear en las comunidades cristianas una conciencia clara sobre la situación de las Iglesias Jóvenes respecto a las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, no tanto por su escaso número cuanto y sobre todo, por lo que ambas suponen para la vida de las propias Iglesias.


Por esta razón, a la información sobre este tema iba añadida una fuerte dosis sobre la teología del sacerdocio, que, como es lógico, incidía en un crecimiento de la inteligencia y de la estima del ministerio sacerdotal en el ser y hacer de la Iglesia.


Cooperación Espiritual:
Siguiendo el talento existencial de la fundadora, la ayuda espiritual ha de ir :
por el camino del sacrificio: "Mi Dios - decía Juana a un Obispo japonés -me hace pagar caro el honor de ser la madre de sus sacerdotes. Esos queridos seminaristas no sabrán nunca cuánto me cuestan". Y por el de la oración de agradecimiento: "Con inmensa alegría la Iglesia da gracias al Señor por el don inestimable de la vocación al ministerio sacerdotal que El ha tenido a bien otorgar a tantos jóvenes naturales de los pueblos que recientemente se han convertido a Cristo".


Y de ferviente súplica al Padre pues las vocaciones no surgen ni maduran sino en un clima propicio: "desde sus mismos orígenes -afirma también el Papa - la Obra de San Pedro Apóstol pidió a sus colaboradores que invocaran diariamente a la Virgen María con el título de "María, Reina de los Apóstoles". Ambos aspectos quedaron firmemente subrayados por Pío XI al nombrar a Santa Teresa del Niño Jesús como Patrona celestial de la Obra de San Pedro Apóstol. Elección a la que Juan Pablo II, en el documento tantas veces aludido, califica de "intuición muy certera" y que sigue siendo actual pues está troquelada en una apasionada solicitud por llevar el Evangelio a toda la tierra, por una comunión cordial con los trabajos de los misioneros, por un compromiso sacrificado y generoso de solidaridad con los más necesitados y por una plegaria sincera e interpelante.


Cooperación Económica: "No podemos permitir que ni una sola vocación al ministerio sacerdotal se pierda por falta de medios económicos", es la inquietante y angustiosa llamada con que Juan Pablo II se dirige a toda la Iglesia, dando pie a la colaboración económica de todos para que "las vocaciones que nacen de Dios sean solícitamente cultivadas, fortalecidas, formadas". Y, a renglón seguido, dice el Papa algo que debería quedar clavado en el corazón de todos los cristianos, especialmente de los sacerdotes, y que al mismo tiempo, supone un desafío abierto a la generosidad de la Iglesia de hoy: "Numerosos obispos de los países de misión aportan el testimonio de que, en estos mismos días, más de una diócesis podría ver reducidas a nada sus esperanzas de contar con un clero autóctono, si la Obra de San Pedro Apóstol no les brindara ayuda".


Jornada del Clero Nativo:El tercer domingo de agosto. Celebramos en nuestro país la Jornada del Clero Nativo, Jornada que tiene como finalidad sensibilizar al pueblo cristiano sobre la necesidad de vocaciones a la Vida Sacerdotal y religiosa en los territorios de misión, y promover la fundación de BECAS para el sostenimiento de los seminarios y casas de formación de los países de misión.

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